LA CONVERGENCIA COMIENZA

CADA NACIÃ“N tiene una historia de origen. Es la historia que sus habitantes se cuentan a sÃ mismos y acerca de sÃ mismos para entender lo que son.
Los estadounidenses no son la excepciÃ³n.
En muchas civilizaciones antiguas, la historia del origen enlaza a un pueblo tan Ãntimamente a la tierra que dicen haber salido de ella, moldeados por un Creador. Los japoneses, los indios menominee de los Grandes Lagos y los yoruba de Ãfrica Occidental tienen historias sobre la creaciÃ³n que unen a su pueblo y a su historia directamente a la tierra. No tienen memoria de otro lugar. En sus relatos, ellos han existido junto a la tierra y no han tenido una vida lejos de ella.
Los estadounidenses son muy diferentes.
Nuestra historia acerca del origen debe traernos a casi todos nosotros de otra parte del planeta. Entonces, Â¿dÃ³nde comienza la historia de los Estados Unidos de AmÃ©rica? Algunos de ustedes podrÃan decir que en Plymouth Rock, aquel lugar en las hÃºmedas costas de Nueva Inglaterra, donde la tradiciÃ³n dice que los peregrinos desembarcaron del Mayflower en 1620. Otros podrÃan decir que en Jamestown, a unas seiscientas millas al sur, donde en 1607 ingleses en busca de fortuna y que no huÃan de la persecuciÃ³n religiosa, comenzaron a explorar las ensenadas de arena y a hacer del tabaco una Â«mina de oroÂ».
Sin embargo, este paÃs no fue solo una creaciÃ³n del Imperio britÃ¡nico. HabÃa quinientas naciones en NorteamÃ©rica antes de que un barco europeo echara anclas frente a la Costa Este. Y cuando los europeos empezaron a venir en nÃºmeros cada vez mayores, el territorio que actualmente es Estados Unidos fue el hogar de muchas colonias.
Los holandeses llegaron hasta el rÃo Hudson y se establecieron en los hermosos valles de lo que hoy es el norte del estado de Nueva York. En la desembocadura del rÃo, las granjas holandesas y las casas comerciales se propagaron por las tierras alrededor del gran puerto que mÃ¡s tarde se convertirÃan en la ciudad de Nueva York. Los suecos trataron de colonizar algunas partes de lo que hoy es Delaware y Pennsylvania. Incluso lo que hoy es el CanadÃ¡ marÃtimo, Nueva Jersey y las Carolinas.
El imperio norteamericano de Francia se extendÃa por una franja amplia y rica del continente, con un tamaÃ±o muchas veces mayor que el de la madre patria, incluyendo lo que hoy es la mitad de CanadÃ¡ y el Medio Oeste de los Estados Unidos, las Grandes Planicies y el Noroeste del PacÃfico. En el extremo noroeste, el Imperio ruso en expansiÃ³n avanzÃ³ hacia el este, cruzando el estrecho de Bering, colonizando a Alaska y extendiÃ©ndose hacia la costa de la actual Columbia BritÃ¡nica de CanadÃ¡, hacia lo que un dÃa serÃa Seattle. Los rusos exploraron aÃºn mÃ¡s el sur de lo que actualmente es el norte de California.

El marinero genovÃ©s enviado al oeste por Fernando e Isabel de Castilla â€”Cristoforo Colombo em italiano, CristÃ³bal ColÃ³n en espaÃ±ol y Christopher Colombus en inglÃ©s â€“ hizo vÃ¡rios viajes al Caribe y dio comenzio a cuatro siglos de presencia espaÃ±ola en el continente. Mientras buscaba â‰¤â‰¤Catay>>-China-comenzÃ³ la creaciÃ³n de un enorme imperio del Nuevo Mundo para EspaÃ±a.
El imperio pertenecÃa a sus Majestades CatÃ³licas, el Rey y la Reina de EspaÃ±a. Saca un mapa y echa un vistazo a SuramÃ©rica, donde las posesiones de EspaÃ±a incluÃan prÃ¡cticamente toda esa regiÃ³n (a excepciÃ³n de Brasil), toda la CentroamÃ©rica y el MÃ©xico de hoy, y la totalidad o parte de Texas, Arkansas, Missouri, Kansas, Nebraska, Oklahoma, Nuevo MÃ©xico, Arizona, California, OregÃ³n, Utah, Nevada, Wyoming, Colorado e Idaho, Dakota del Norte y del Sur. En su apogeo, en los Ãºltimos aÃ±os del siglo XVIII, el territorio espaÃ±ol se extendÃa en direcciÃ³n norte hasta las tierras del sur de lo que hoy son las llanuras de las provincias de CanadÃ¡, Manitoba y Saskatchewan.
Entonces, Â¿dÃ³nde comienza la historia de los Estados Unidos modernos? En Plymouth Rock, seguro, pero no solo allÃ... En Virginia, por supuesto, pero no solo allÃ... Lo cierto es que hay muchos Â«candidatosÂ» al punto de origen, lugares como las costas de Virginia o Massachusetts, donde se puede decir: Â«Todo empieza aquÃÂ».
Cuarenta y dos aÃ±os antes de que los hombres de la CompaÃ±Ãa Virginia de Londres empezaran a construir el fuerte de Jamestown, y cincuenta y cinco aÃ±os antes de que los refugiados protestantes pisaran tierra firme despuÃ©s de bajar del Mayflower , un marinero espaÃ±ol llamado Pedro MenÃ©ndez de AvilÃ©s expulsÃ³ a los protestantes franceses de su asentamiento en la costa de Florida, y fundÃ³ San AgustÃn.
San AgustÃn es actualmente la ciudad de ocupaciÃ³n continua europea mÃ¡s antigua delos Estados Unidos. Entre 1565 y 1821, St. Augustine, o San AgustÃn , fue una ciudad donde se hablaba espaÃ±ol. Mientras los imperios europeos entablaban sus guerras en el Nuevo Mundo, esta ciudad de la Florida viviÃ³ bajo diferentes banderas pero fue bÃ¡sicamente espaÃ±ola por tres siglos. La prÃ³xima vez que estalle una tensa controversia local en la Florida sobre el uso del espaÃ±ol, saca un momento para recordar cuÃ¡nto tiempo mÃ¡s ha estado este idioma en el estado que el reciÃ©n llegado inglÃ©s.
A travÃ©s de la superficie de este vasto continente, los imperios exploraron, investigaron, se enfrentaron y buscaron. Pasaron mÃ¡s de dos siglos moviendo sus fronteras el uno contra el otro y entablando guerras por la tierra generosa. Las lÃneas de las fronteras cambiaron, se desplazaron y desaparecieron con el tiempo. A mediados del siglo XIX, mientras se calmaba el fragor de la guerra con MÃ©xico, surgiÃ³ el Estados Unidos continental y moderno. Los que habÃan sido territorios franceses, britÃ¡nicos y espaÃ±oles, quedaron cubiertos por la bandera de los Estados Unidos. Pero me estoy adelantando un poco.

â€¢ â€¢ â€¢ SI SALES DE la iglesia de San Esteban el Rey en el pueblo acoma en Nuevo MÃ©xico, tus ojos tardarÃ¡n un momento en acostumbrarse a la intensa luz solar. Tu piel sentirÃ¡ de inmediato el cambio extremo desde el interior fresco y de colores intensos de la iglesia a la explosiÃ³n de calor seco que se levanta de la pequeÃ±a plaza en el borde del pueblo. Un amplio valle desaparece lejos del borde de la escarpada meseta donde el pueblo acoma estÃ¡ levantado en la cima. de color cafÃ© y dorado, salpicados de verde, se extiende hasta las montaÃ±as en el horizonte.

UNA CADENA EXTENSA y estrecha de misiones se extendÃa hasta la costa de California a finales del siglo XVIII. Desde San Diego en el sur hasta San Francisco Solano en el norte, mÃ¡s de veinte comunidades bajo la administraciÃ³n del rey fueron construidas por indios y gobernadas por sacerdotes. Muchas de ellas plantaron la semilla de la ciudad moderna que sigue prosperando en la actualidad. Otras son sitios arqueolÃ³gicos o histÃ³ricos, escondidas en las partes menos atractivas o desarrolladas del extenso estado.
HabÃan pasado algunos siglos desde que Ciudad de MÃ©xico fuera construida sobre los cimientos de la capital azteca de TenochtitlÃ¡n. California fue llamada Â«el Ãºltimo rincÃ³n del imperio espaÃ±olÂ», segÃºn Arturo Madrid, un historiador de la Universidad Trinidad. De nuevo, las preocupaciones acerca de la invasiÃ³n de otros imperios europeos llevaron a EspaÃ±a a dejar una huella mÃ¡s permanente en las tierras que habÃa reclamado desde varias generaciones atrÃ¡s.
El hermano franciscamo del siglo XVIII, JunÃpero Serra, es conocido como el fundador de las missiones californianas y como tal, es uno de los fundadores de la California moderna. â‰¤â‰¤Un parte de la misiÃ³n de fray Serra era cristianizar y evangelizar toda la penÃnsulaÂ», seÃ±ala la historiadora Rose Marie Beebe, de la Universidad de Santa Clara en California. Â«Las misiones en los presidios (bases militares fortificadas) fueron creadas para detener la incursiÃ³n de los rusos y los britÃ¡nicos. AsÃ que habÃa una razÃ³n militar y una razÃ³n religiosa para el establecimiento de presidios en las misiones. De este modo tendrÃan una escolta, un escuadrÃ³n para proteger a los padresÂ».
Ahora, desde la distancia que supone el tiempo, puede parecer extraÃ±o que, aparte de los lÃderes anticolonialistas como Popay y otros, los pueblos indÃgenas, que vivÃan en comunidades antiguas y establecidas, estuvieran dispuestos a someterse al sistema de misiones o que pudieran haber sido obligados a hacerlo por grupos mÃ¡s pequeÃ±os de sacerdotes y soldados en tÃ©rminos numÃ©ricos. Muchas comunidades indÃgenas sucumbieron a los efectos de las enfermedades traÃdas por los espaÃ±oles pues no tenÃan defensas inmunolÃ³gicas. Stephen Pitti describe que las tribus Â«se esforzaron para cazar, recolectar bellotas, pescar y preservar las comunidades que habÃan sobrevivido durante varios siglos. Las misiones ofrecÃan algo que no era solo espiritual sino tambiÃ©n material. Les ofrecÃan a las comunidades indÃgenas la oportunidad de tener pan en la mesa. Los indios llegaron a las misiones con sus propias ideas acerca de lo que querÃan de estos lugaresÂ».
Los mismos sacerdotes que ofrecÃan una nueva forma de vida y un nuevo credo trajeron involuntariamente la muerte y el sufrimiento derivados de las enfermedades que llevaban en sus cuerpos. Los supervivientes indÃgenas encontraron organizaciÃ³n, bienestar y seguridad en la labor proselitista y no remunerada de los sacerdotes.
A medida que comenzaba el siglo XIX, estas comunidades jÃ³venes y en continua construcciÃ³n debieron parecer como si estuvieran en el fin del mundo. Â«Eran lugares muy pequeÃ±os y a quienes venÃan de Europa o de Ciudad de MÃ©xico, seguramente les parecÃan rÃºsticos y atrasadosÂ», escribe el profesor Pitti. Â«Son lugares donde los hispano-mexicanos se sienten aislados y vulnerablesÂ». Para Pitti, tambiÃ©n hay otra consideraciÃ³n importante: Â«Los hombres hispano-mexicanos de Alta California que buscaban pareja terminaban involucrados con las mujeres indÃgenas de estas regiones, en parte porque habÃa muy pocas mujeres hispano-mexicanas en esa Ã©poca. AsÃ que lo que ocurre en la zona fronteriza es un mestizaje mucho mÃ¡s fuerte de lo que vemos en otras partes de Nueva EspaÃ±aÂ».
Aunque habÃa varias misiones a lo largo de la costa de California, pocos mexicanos aprovecharon la oportunidad para emigrar a las colonias del norte. Algunos reciÃ©n llegados no se establecieron allÃ de manera voluntaria. En 1800, veintiÃºn jÃ³venes, muchas de ellas hijas ilegÃtimas que se trasladaron a un nuevo hogar establecido para tal fin, fueron llevadas a California desde Ciudad de MÃ©xico. Durante el viaje, primero por tierra y luego por barco, una de ellas muriÃ³. Dos de las niÃ±as se casaron con colonos espaÃ±oles menos de un aÃ±o despuÃ©s. Las otras, que eran niÃ±as o adolescentes, fueron distribuidas entre las familias espaÃ±olas en California. Cuando ya era anciana, Apolinaria Lorenzana, la mÃ¡s joven de estas niÃ±as, dicta sus memorias y recuerda: Â«Cuando llegamos, el gobernador repartiÃ³ a las niÃ±as entre varias familias como si fueran cachorrasÂ». La vida en el confÃn del imperio era lo bastante dura como para que vio que Alta California dejaba de ser una red de misiones catÃ³licas para convertirse en un estado prÃ³spero durante la expansiÃ³n de los Estados Unidos.
Lorenzana le dijo al hombre que grabÃ³ sus recuerdos hacia el final de su vida: Â«AprendÃ a leer cuando era muy joven, antes de venir de MÃ©xico. AprendÃ a escribir despuÃ©s de llegar a California y, alentada por los libros que leÃa, escribÃa letras en cualquier pedazo de papel que pudiera encontrar, como en cajas vacÃas de cigarrillos, o en cualquier hoja de papel en blanco. De esa manera aprendÃ lo suficiente como para hacerme entender por escrito cuando necesitaba algoÂ».
Esta joven, que llegÃ³ a las misiones de California, recibiÃ³ educaciÃ³n en labores domÃ©sticas, en el cuidado de niÃ±os, en cocina y costura, y fue una trabajadora diligente en las misiones a lo largo de la costa. Â«Se trata de una niÃ±a de quien se espera que contribuya y sea Ãºtil a la sociedad de Alta California Â», escribe la profesora Beebe. Â«Â¿CÃ³mo se supone que una niÃ±a de siete aÃ±os entienda lo que le depararÃ¡ el futuro? DebiÃ³ sentirse aterrorizada, pero era una niÃ±a muy fuerte, como se evidencia en todas las cosas que hizo despuÃ©s de mudarse de Monterrey a Santa BÃ¡rbara, y luego a San DiegoÂ».
El profesor Pitti nos recuerda que esto habrÃa sido desconcertante incluso para un niÃ±o expÃ³sito. Â«A finales del siglo XVIII, Ciudad de MÃ©xico era un importante centrode la vida urbana en las AmÃ©ricas y, para cualquier persona que hubiera abandonado un lugar como Ã©ste, un lugar que tenÃa una vida comercial activa y varios estratos de clase, un tipo de ciudad en la que uno podÃa perderse del mismo modo en que podrÃa haberse perdido en Londres o en cualquiera de las grandes metrÃ³polis de la Ã©poca... Pasar de ese lugar al rincÃ³n mÃ¡s alejado del Imperio espaÃ±ol debe haber sido un impacto tremendo para una niÃ±aÂ». Es poco probable que esta joven llegara a California esperando una vida con mÃ¡s facilidades y comodidades. La vida en el hogar para niÃ±as abandonadas era austera. Los dÃas comenzaban muy temprano con plegarias, el desayuno y luego la instrucciÃ³n, seguidos por mÃ¡s oraciones, clases y plegarias. La vida en aquel hogar resultÃ³ ser una buena preparaciÃ³n para la vida en las misiones, que tenÃan una rutina similar de campanas, comidas y oraciones.
Lorenzana viviÃ³ en la sociedad propia de las misiones solo un peldaÃ±o arriba de la parte inferior. Durante su infancia fue aÃºn mÃ¡s vulnerable que una mujer. Y como huÃ©rfana que era, estuvo aÃºn mÃ¡s expuesta a la fragilidad y a la crueldad potencial a la que estÃ¡n expuestos los niÃ±os, pues no tenÃa vÃnculos familiares que le dieran un estatus o garantizaran su protecciÃ³n. Ella no estaba apegada a la tierra, a la familia o a las pertenencias, pues era huÃ©rfana y forastera; habÃa nacido en otro lugar y fue llevada a Alta California . Los Ãºnicos miembros mÃ¡s dÃ©biles de la sociedad en las misiones de California eran los pueblos nativos de la costa de NorteamÃ©rica, los mÃ¡s numerosos y antiguos en esa regiÃ³n.
La vida de la joven Apolinaria Lorenzana surgiÃ³ a partir de una serie de accidentes. Cuando las niÃ±as llegaron al norte, ella fue enviada a una de las familias mÃ¡s puedan obtener mediante el envÃo de mÃ¡s niÃ±as como Ã©stas. Los habitantes no quieren recibirlas pues ya tienen sus propias familias. Estas niÃ±as son tan infelices que parece absurdo llevarlas lejos de la capital y exponerlas a condiciones de vida difÃciles. Son demasiado pequeÃ±asÂ».
Lorenzana se mudÃ³ con los Carrillo de Santa BÃ¡rbara a San Diego y posteriormente les enseÃ±Ã³ a leer a los niÃ±os. Durante una larga enfermedad fue acogida por el padre SÃ¡nchez, un sacerdote de la misiÃ³n de San Diego. Lorenzana pasÃ³ de la enseÃ±anza a la enfermerÃa y les enseÃ±Ã³ a coser a las indias.
Â«Ella se convierte en el aglutinante que mantiene unida a la misiÃ³n de San Diego. Los padres confÃan mucho en ella. Aman a esta jovenÂ», escribe la profesora Beebe.
Lorenzana llegÃ³ a ser tan Ãºtil y tan querida en la misiÃ³n de San Diego, que fue llamada La Beata . El trabajo de la profesora Beebe con los diarios de Lorenzana y los de sus amigas y compaÃ±eras de trabajo en San Diego revela que Â«los padres confiaban tanto en Apolinaria que le permitÃan ir a los barcos cuando atracaban en el puerto de San Diego. Ella iba con la lista de productos que los padres consideraban necesarios para la misiÃ³n. Pero tenÃa permiso para comprar todo lo que creyera necesarioÂ».
Gracias a la adquisiciÃ³n de habilidades, a su trabajo incansable y fundamentalmente al hecho de no casarse, Lorenzana obtuvo una independencia y una utilidad escasa en las mujeres de las sociedades coloniales espaÃ±olas de la Ã©poca, quienes eran definidascon frecuencia por su papel como madres, esposas o hermanas religiosas.
Lorenzana le dice a su cronista que escapÃ³ del yugo matrimonial: Â«Cuando yo era una chica, un joven me rogÃ³ muchas veces que me casara con Ã©l. Pero yo no me sentÃa inclinada al matrimonio (sabiendo muy bien lo que implicaba este sacramento) y rechacÃ© su oferta. Luego me dijo que se irÃa a MÃ©xico porque yo no me iba a casar con Ã©lÂ».
Trata de imaginar a una mujer menuda y de edad avanzada contÃ¡ndole esta historia a un estadounidense varias dÃ©cadas despuÃ©s y aÃ±adiendo, casi con un encogimiento de hombros: Â«Y entonces Ã©l se fueÂ». En ninguna parte de la historia acerca de su vida hay la menor seÃ±al de arrepentimiento por no haber tenido hijos o esposo. Con el tiempo, Lorenzana llegarÃa a tener cien ahijados.
La larga vida de Apolinaria Lorenzana abarcÃ³ las dÃ©cadas de transiciÃ³n de California de colonia espaÃ±ola a naciÃ³n independiente mexicana a la llegada del tÃo Sam. A medida que California se precipitaba hacia la AmÃ©rica moderna, cada vez eran menos los habitantes del estado que habÃan vivido los comienzos del duro sistema de misiones. Los acadÃ©micos empezaron a recopilar historias orales. El historiador y autor Thomas Savage expresa su admiraciÃ³n por Apolinaria.Â«En mi visita a San Diego este aÃ±o (1878), muchos californianos nativos de ambos sexos hablaron de Lorenzana en los mÃ¡s altos tÃ©rminos de alabanza. Era conocida por muchos como Apolinaria la Cuna, y como la Beata por la mayorÃa. Parece ser un alma buena, vieja, alegre y resignada a su triste suerte, ya que en su vejez, y completamente ciega, es una carga para el paÃs y para sus amigos, habiendo perdido todos sus bienes de algÃºn modo u otro. Ella se mostrÃ³ reacia a hablar sobre este tema y me asegurÃ³ que no querÃa siquiera y admiradores, pero muy poco en cuanto a posesiones materiales. Cuando alcanzÃ³ la edad mediana le pidiÃ³ una tierra a la Iglesia en una Ã©poca en que las misiones de Alta California estaban siendo secularizadas (es decir, privadas del control de la iglesia por parte del joven Gobierno mexicano).
Las tierras de las misiones les fueron prometidas inicialmente a los indios â€”a los neÃ³fitosâ€”, a un pueblo que se habÃa convertido al catolicismo y que habÃa perdido su cultura original. Pero fueron engaÃ±ados y, en su lugar, el traspaso de la tierra creÃ³ una nueva aristocracia entre los descendientes de los colonos que pertenecÃan a las familias espaÃ±olas que llegaron al norte con los sacerdotes y soldados para asentar raÃces en este remanso imperial. En lugar de convertirse en agricultores y ganaderos que cultivaban su propia tierra, los indios se vieron reducidos a una fuerza de trabajo sin tierras.
Los sacerdotes de la misiÃ³n vieron la secularizaciÃ³n como una simple apropiaciÃ³n de tierras en la que el gobierno de Ciudad de MÃ©xico recompensarÃa a la nueva aristocracia, que muchas veces se oponÃa al clero. Algunas misiones abandonaron sus edificaciones en previsiÃ³n de un ataque mientras otras empezaron a sacrificar los grandes rebaÃ±os acumulados luego de trabajar varias dÃ©cadas, y a vender cueros y grasa animal a compradores de Estados Unidos.
Los sacerdotes de la misiÃ³n de San Diego le dieron a Lorenzana tres grandes extensiones de tierras de pastoreo en el Valle Jamacha, en lo que hoy es el condado de San Diego. Los misioneros tambiÃ©n le entregaron los documentos que confirmaban latransferencia y ella se dirigiÃ³ al gobierno en 1833 para certificar su propiedad. En 1840 se le concedieron dos leguas cuadradas de tierra (aproximadamente nueve mil acres o 24 millas cuadradas). Lorenzana comenzÃ³ a mejorar la tierra, a invertir en infraestructura y a cultivar cerca del rÃo Sweetwater. Era ya una mujer de recursos y contratÃ³ a un administrador para que supervisara el rancho mientras ella seguÃa viviendo en la misiÃ³n.
Cuando Estados Unidos invadiÃ³ a MÃ©xico en 1846 y las tropas estadounidenses ocuparon San Diego, Lorenzana se trasladÃ³ a San Juan Capistrano en el norte, en lo que hoy es el Condado de Orange. Su rancho permaneciÃ³ abandonado por un tiempo.
Cuando California pasÃ³ a formar parte del botÃn de guerra y los vastos territorios del norte de MÃ©xico quedaron bajo la soberanÃa estadounidense, Rancho Jamacha fue confiscado por los Estados Unidos. El Tratado de Guadalupe Hidalgo puso fin a la guerra entre las dos naciones pero dejÃ³ a miles de ciudadanos mexicanos en un nuevo paÃs. Su futuro era incierto, a pesar de la garantÃas firmes e inequÃvocas estipuladas por el tratado a los ciudadanos mexicanos que ahora vivÃan en territorio estadounidense:
Los mexicanos establecidos actualmente en territorios que antes pertenecÃan a MÃ©xico y que de ahora en adelante estÃ¡n dentro de las fronteras de los Estados Unidos, tal como lo define el presente tratado, tendrÃ¡n la libertad de seguir viviendo donde viven actualmente, o de mudarse a la RepÃºblica Mexicana, reteniendo cualquier propiedad que poseen en dichos territorios o disponiendo de ella y llevando las ganancias a donde deseen sin que sean sujetos, en este caso, a contribuciÃ³n o cargo alguno.
Aquellos que preferÃan permanecer en dichos territorios pueden retener el tÃtulo y los derechos de los ciudadanos mexicanos, o adquirir los de ciudadanos estadounidenses. Pero tenderÃ¡n que elegir dentro del plazo de un aÃ±o a partir de la fecha del intercambio de ratificaciones de este tratado, y aquellos que permanezcan en dichos territorios despuÃ©s de expirado ese aÃ±o, sin haber declarado su intenciÃ³n de guardar su carÃ¡cter como mexicanos, serÃ¡n considerados ciudadanos de los Estados Unidos.
En dichos territorios, los bienes de cualquier naturaleza, que pertenecen ahora a mexicanos no establecidos en ellos, serÃ¡n respetados de manera inviolable. Los actuales dueÃ±os, los herederos de estos y todos los mexicanos que en un futuro puedan adquirir dichas propiedades por medio de contratos, disfrutarÃ¡n respecto de ellas garantÃas tan amplias como si perteneciesen a ciudadanos de los Estados Unidos . (Las cursivas son del autor).
A pesar de las garantÃas del Tratado, la Ley de Tierras de 1851 estableciÃ³ una ComisiÃ³n de los Estados Unidos para determinar cuÃ¡les reivindicaciones de tierras mexicano-californianas eran legÃtimas. Muchas familias terratenientes solicitaron hipotecas para pagar los costos en la corte y terminaron perdiendo sus tierras, pues no estaban familiarizadas con los procesos legales de los Estados Unidos o no pudieron expresar sus reclamos durante los procedimientos realizados en lengua inglesa. Un grupo de militares estadounidenses que comenzÃ³ a trabajar como promotor yespeculador de tierras despuÃ©s de la guerra con MÃ©xico tomÃ³ el control del Rancho Jamacha.
A travÃ©s de una serie de transacciones que eran desacertadas por decir lo menos, La Beata comenzÃ³ a solicitar hipotecas para su rancho y a vender parcelas. A mediados de la dÃ©cada de 1860, Lorenzana ya no tenÃa ningÃºn derecho sobre sus tierras y en los aÃ±os subsiguientes insistiÃ³ en que se las habÃan robado, buscando una indemnizaciÃ³n legal hasta 1880. El Rancho Jamacha se convirtiÃ³ en un negocio agrÃcola rentable y productivo con sus nuevos propietarios yanquis. Hasta el dÃa de su muerte, Lorenzana sostuvo que fue estafada y que le quitaron sus tierras, por mÃ¡s que los registros indicaran lo contrario.
Su cronista le pregunta mucho sobre los ranchos y la anciana relata diciÃ©ndole: Â«Es una larga historia y no quiero hablar de eso. Me quitaron los otros dos ranchos de alguna manera. Y asÃ terminaron las cosas, despuÃ©s de haber trabajado tantos aÃ±os, despuÃ©s de haber conseguido una finca, de la que nunca me deshice por medio de la venta o de ningÃºn otro medio, y aquÃ me encuentro en la mayor pobreza, viviendo solo por la gracia de Dios y de la caridad de los que me dan un bocado para comerÂ».
Una niÃ±a abandonada se convierte en una heroÃna en la California colonial, en una terrateniente republicana en MÃ©xico, y luego en una carga pÃºblica y en una mujer pobre en los Estados Unidos de AmÃ©rica. Lorenzana fue un sÃmbolo de las pÃ©rdidas sufridas en esta transiciÃ³n mientras los estadounidenses llegaban desde el este a los territorios reciÃ©n anexados. Cargando con el peso de las evidencias impuestas sobre ella y sobre otros hacendados despuÃ©s de la guerra con MÃ©xico, Lorenzana terminÃ³ el proceso de concesiÃ³n del tÃtulo como una persona sin tierra, mucho antes de que sus derechos fueran reconocidos finalmente.
Apolinaria Lorenza muriÃ³ en 1884. HabÃa nascido en 1790, asÃ que viviÃ³ una vida muy larga para su Ã©poca, que se extendÃa desde los primeros dÃas de las misiones espaÃ±olas hasta el cierre de la frontera estadounidense y a la cuarta dÃ©cada de California como un estado de la UniÃ³n. Su vida se convertirÃa tambiÃ©n en una historia con una moraleja, en un recordatorio de la dificultad para hacer la transiciÃ³n de una vida en MÃ©xico a otra en los Estados Unidos, aunque nunca emigrara a un paÃs nuevo: ocurriÃ³, en cambio, que una tierra nueva llegÃ³ a ella.

â€¢ â€¢ â€¢ EL SIGLO XIX fue testigo de la creaciÃ³n del territorio continental de los Estados Unidos, impulsado por el Â«mar al mar brillanteÂ» del Destino Manifiesto. Gran parte de la poblaciÃ³n latina de los Estados Unidos es un legado de los encuentros y desencuentros entre la joven naciÃ³n que empujaba hacia al oeste del AtlÃ¡ntico, y el Imperio EspaÃ±ol y la RepÃºblica de MÃ©xico.
Los cien aÃ±os que transcurrieron desde 1800 a 1900 fueron una Ã©poca de desafÃos constantes a los pueblos de NorteamÃ©rica, que exigieron su reinvenciÃ³n como individuos a medida que se transformaban, muchas veces por acontecimientos ajenos a su control. Un indio en Texas, bautizado con un nombre espaÃ±ol en la Iglesia CatÃ³lica, podrÃa haber comenzado el siglo como un sÃºbdito espaÃ±ol, con hijos mexicanos, nietos que llegarÃan a la edad adulta en la RepÃºblica de Texas y el Estado de Texas, y bisnietos que vivieron algunos aÃ±os en los Estados Confederados de AmÃ©rica.
Muchos de los ciudadanos estadounidenses que se dirigieron a la costa del PacÃfico se hicieron Â«nativosÂ» luego de casarse con personas mexicanas, de convertirse al catolicismo y de aprender a hacer negocios en espaÃ±ol con sus vecinos. Sin embargo, y como hemos visto con Apolinaria Lorenzana, apenas unas dÃ©cadas despuÃ©s de su llegada, las mismas familias californias que les dieron la bienvenida a sus vecinos inmigrantes de Estados Unidos pronto terminaron como extranjeros en su propia tierra.
La alfombra de bienvenida en honor a los inmigrantes de lengua inglesa del este del paÃs fue impulsada quizÃ¡ por la ambivalencia que sentÃan los ciudadanos del extremo norte de MÃ©xico con respecto a los vÃnculos preexistentes con un paÃs y un conglomerado polÃtico que podrÃa parecer muy lejano. Â«Ellos sentÃan que California era el hijo bastardo de MÃ©xico y que fueron relegados al olvidoÂ», seÃ±ala Rose Marie Beebe. Â«Sus antepasados eran espaÃ±oles. Sus hijos nacieron en California, por lo que son californios . Son una mezcla de gentes. Se consideran mexicanos pero no lo son. Viven en una zona muy alejada de Ciudad de MÃ©xico y de la administraciÃ³n centralÂ».
Y agrega: Â«Entonces, tras la llegada de los estadounidenses, y despuÃ©s de la guerra con MÃ©xico, perdimos una parte de nosotros. EstÃ¡bamos bajo el dominio espaÃ±ol, despuÃ©s bajo el mexicano y ahora bajo la ocupaciÃ³n norteamericana. Creo que lo que sale a flote en los testimonios es el miedo, el presentimiento de lo que vendrÃ¡ despuÃ©sÂ».
Incluso hoy en dÃa, los descendientes de los espaÃ±oles, y posteriormente las familias mexicanas que habitaban lo que hoy es el suroeste de los Estados Unidos, dirÃ¡n casi con tristeza: Â«Nosotros no cruzamos la frontera. Â¡La frontera nos cruzÃ³ a nosotros!Â».
Crecer en los Estados Unidos del siglo XXI es vivir en un paÃs ordenado y territorialmente estable, cuyas fronteras nacionales son fijas e inmutables. Los estados y las provincias canadienses, y no piensan tampoco en retirar su lealtad a Ciudad de MÃ©xico ni a Ottawa para endosarla a Washington D.C.
El siglo XIX sufriÃ³ cambios repetidos y constantes, que muchas veces tomaron desprevenidas a poblaciones enteras, las cuales se preguntaron a dÃ³nde y a quÃ© pueblo pertenecÃan en realidad. Texas fue un punto crÃtico en este sentido, donde los Estados Unidos y MÃ©xico se enfrentaron al oeste del rÃo Mississippi. Al igual que California, Texas era importante para MÃ©xico no tanto por sus pequeÃ±os asentamientos repartidos por toda la provincia sino como un baluarte contra otros imperios: Francia, Gran BretaÃ±a y, posteriormente, los Estados Unidos de AmÃ©rica.
Los dos paÃses eran jÃ³venes. MÃ©xico logrÃ³ su independencia de EspaÃ±a en 1821 mientras Estados Unidos hizo lo propio medio siglo antes. Sin embargo, MÃ©xico quedÃ³ debilitado y desorientado debido a las batallas entre diversas facciones, que mantuvieron al paÃs al borde de la guerra civil, mientras que el rÃgido orden constitucional en los Estados Unidos provocÃ³ un aumento de la riqueza, del tamaÃ±o territorial y de la seguridad.
Fue una desgracia histÃ³rica para MÃ©xico que los intereses de los dos estados entraran en conflicto en una Ã©poca de golpes de Estado y de caudillos militares en MÃ©xico, mientras que los estadounidenses se preparaban para apoderarse de lo que querÃan.

PERO LOS PROBLEMAS de Juan SeguÃn apenas estaban comenzando. Ir al Sur significaba enfrentarse al ejÃ©rcito y al paÃs a los que tanto se habÃa esforzado recientemente en derrotar. Â«BusquÃ© refugio entre aquellos a quienes combatÃ; me separÃ© de mi paÃs, de mis padres, familiares, parientes y amigos, y lo que es mÃ¡s, de las instituciones en nombre de las cuales habÃa empuÃ±ado mi espadaÂ».
Cuando los mexicanos le ofrecieron elegir entre la cÃ¡rcel por traiciÃ³n o el servicio militar, SeguÃn dijo que no tenÃa mÃ¡s remedio que aceptar una comisiÃ³n en el EjÃ©rcito mexicano. Poco tiempo despuÃ©s se dirigiÃ³ de nuevo a Texas con un escuadrÃ³n al mando del general AdriÃ¡n Woll para luchar contra los Estados Unidos en la Guerra MÃ©xico-Estadounidense.
DespuÃ©s de la guerra, SeguÃn pidiÃ³ permiso para regresar a Texas. Â«DespuÃ©s de las expediciones del General Woll, no volvÃ a Texas hasta el tratado de Guadalupe Hidalgo. Durante mi ausencia, nada pareciÃ³ poner fin a mi imagen de traidor. Mis enemigos habÃan logrado su objetivo: me habÃan liquidado polÃticamente en Texas y, mientras menos hablaran de mÃ, menos riesgos corrÃan de quedar expuestos a los medios infames que habÃan utilizado para causar mi ruinaÂ».
Poco despuÃ©s, el acoso que sufriÃ³ en la misma tierra que habÃa luchado para liberar, que yo soportara estÃ³icamente sus ultrajes e insultos?Â». Juan SeguÃn viviÃ³ sus Ãºltimos dÃas en Nuevo Laredo, a orillas del RÃo Grande, al otro lado de Texas y de los Estados Unidos. MuriÃ³ en 1890, a los ochenta y tres aÃ±os. En 1976, sus restos fueron llevados finalmente a Texas para ser enterrados en la ciudad que lleva su nombre.
A lo largo de lo que serÃa el suroeste de los Estados Unidos, el hecho de mover la frontera, de establecer la nueva relaciÃ³n entre Estados Unidos y MÃ©xico, y los nuevos ciudadanos mexicanos de Estados Unidos, no ayudÃ³ a poner fin al conflicto por la tierra, los recursos y el estatus. En El Clamor PÃºblico , un diario californiano, un artÃculo publicado el 26 de julio 1856 se queja de la violencia continua contra los mexicanos de California: Â«Asesinar y abusar de los mexicanos con impunidad se estÃ¡ convirtiendo en una costumbre muy frecuenteÂ». El periÃ³dico seÃ±ala posteriormente que los americanos de habla inglesa que habÃan llegado a California en los aÃ±os posteriores al descubrimiento del oro sometÃan a los mexicanos Â«a un tratamiento que no tiene antecedentes en la historia de ninguna naciÃ³n conquistada por salvajes o por pueblos civilizadosÂ». John Rollin Ridge, el popular novelista de sangre cherokee, recopilÃ³ las historias que circulaban en torno a un mexicano que se rebelÃ³ despuÃ©s de que los estadounidenses lo golpearan y violaran a su esposa. En su libro Vida y aventuras de JoaquÃn Murrieta , el cÃ©lebre bandido de California, publicado en 1854, Rollin mezcla la realidad con la ficciÃ³n para crear un apuesto Robin Hood mexicano, cuya guerra deguerrillas contra los estadounidenses estaba justificada por el tratamiento que recibÃa su gente: Â«El paÃs estaba lleno de hombres desesperados y sin ley que se hacÃan llamar estadounidenses, quienes miraban con odio a todos los mexicanos y los consideraban como una raza conquistada, sin derechos ni privilegios, y solo apta para la servidumbre o la esclavitud. Ellos no podÃan o no querÃan superar el prejuicio del color ni la antipatÃa de las razas, que son siempre mÃ¡s fuertes o amargas entre los ignorantes, porque les daban una excusa para la opresiÃ³n degradanteÂ». Tal como hacen los mexicanos hasta el dÃa de hoy, se compusieron numerosas canciones que celebran las hazaÃ±as de JoaquÃn Murrieta. Ã‰sta es la letra de un corrido sobre Ã©l:

Yo no soy americano
Pero comprendo el inglÃ©s.
Yo lo aprendÃ con mi hermano
al derecho y al revÃ©s.
A cualquier americano
hago temblar a mis pies.
Por cantinas me metÃ
castigando americanos.
TÃº serÃ¡s el capitÃ¡n
que mataste a mi hermano.
Lo agarraste indefenso,
orgulloso americano.

Otro Robin Hood moreno surgiÃ³ en Texas, en las tierras disputadas y sin ley entre el rÃo Nueces y el RÃo Grande en el sur del estado. Juan Nepomuceno Cortina Goseacochea, llamado con frecuencia Cheno Cortina o simplemente Juan Cortina , encabezÃ³ una milicia tejana en los aÃ±os 1850 y 1860 contra las autoridades anglosajonas en el sur de Texas y la costa del golfo. Las redadas y batallas fueron conocidas como las Guerras de Cortina o los Problemas de Cortina, y enfrentÃ³ a sus hombres (dependiendo del aÃ±o y de las circunstancias) contra el EjÃ©rcito de los Estados Unidos, los Rangers de Texas, los invasores franceses de MÃ©xico, las milicias Anglo, el EjÃ©rcito Confederado y las fuerzas nacionales mexicanas.
El fuerte interÃ©s de Juan Cortina en defender su causa era respaldado por lo que parecÃa ser un rechazo abierto al trato que recibÃan las personas del norte de MÃ©xico y del sur de Texas. Los manifiestos y panfletos que emitiÃ³ Cortina durante su campaÃ±a militar tenÃan el romance y el ardor propios de la retÃ³rica del siglo XIX, y una gran inteligencia: Â«No hay necesidad de temer. Las gentes pacÃficas y los ciudadanos honestos son inviolables para nosotros en sus personas e intereses. Nuestro objetivo, como lo han visto, ha sido castigar la maldad de nuestros enemigos, que ha quedado impune hasta ahora.
Â»Estos se han confabulado entre ellos y han conformado, por asÃ decirlo, una pÃ©rfida logia inquisitorial para perseguir y robarnos sin causa alguna, y por el Ãºnico supuesto delito por nuestra parte que el de ser de origen mexicano...Â».
Cortina fue apodado el Â«LadrÃ³n rojo del RÃo GrandeÂ». Aunque fue combatido y perseguido por las autoridades de ambas naciones, o fue reclutado para unirse a ellas con el fin de luchar contra el otro paÃs, Cortina se consideraba como un combatiente que sacrificaba su vida por su pueblo. Â«Las personas inocentes no deben sufrir. Pero, si es necesario, llevaremos una vida errante, esperando una oportunidad para purgar a la sociedad de hombres tan bajos que la degradarÃ¡n con su oprobio. Nuestras familias han regresado como extranjeros a su paÃs natal para suplicar asiloÂ».
Cortina condenÃ³ la codicia y la envidia de sus enemigos anglosajones, al tiempo que expresÃ³ la esperanza serena de que la Naturaleza siempre proveerÃ¡. Â«AdemÃ¡s, nuestros enemigos personales no deberÃ¡n poseer nuestras tierras hasta que las hayan engordado con su propia sangreÂ».
Con sus sorprendentes palabras, Cortina les recuerda a sus constituyentes tejanos lo que ya sabÃan demasiado bien: que las tormentas polÃticas que se propagaron a travÃ©s de MÃ©xico, Texas, y los Estados Unidos, los hicieron vulnerables a los anglo-estadounidenses, quienes obtuvieron lo que no podÃan comprar a travÃ©s de la conquista. Era una Ã©poca en la que Â«bandadas de vampiros, que bajo la apariencia de hombres vinieron y se esparcieron en los asentamientos, sin otro capital que el corazÃ³n corrupto y las intenciones mÃ¡s perversas. Â»Muchos de ustedes han sido despojados de su propiedad, encarcelados, perseguidos, asesinados y cazados como bestias, porque su trabajo era fructÃfero y su laboriosidad excitÃ³ la codicia vil que los trajo acÃ¡Â». Es muy difÃcil saber despuÃ©s de un siglo y medio si Cortina ignorÃ³ deliberadamente â€”o fue ciegoâ€” a la expropiaciÃ³n de tierras nativas, el Â«pecado originalÂ» que les dio tierra a los mexicanos en primer lugar.
Contra toda lÃ³gica, dos clases de estereotipos operaron de manera simultÃ¡nea en las mentes de los estadounidenses que se dirigÃan a las tierras tomadas en la Guerra mexicana. Por un lado, sostiene Stephen Pitti, los grandes terratenientes, incluso una especie de seÃ±ores feudales de la Edad Media que han aterrizado en este siglo XIX, pero que son producto de otra Ã©poca y debÃan ser por tanto removidos de la historia y no formar parte del mundo modernoÂ». Al mismo tiempo, escribe Pitti, Â«los latinos son vistos como cuchilleros, como greasers , como figuras sucias, peligrosas y amenazantes para los miembros de la sociedad de la Fiebre del Oro, quienes tampoco eran ciudadanos ejemplares, aunque por razones diferentes.
Â»La forma en que los californios y los latinos contrarrestarÃan los estereotipos cotidianos que les habÃan asignado serÃa muy importante para ver cÃ³mo los entenderÃan otros a ellos en el siglo XIXÂ».

Personajes: Explica quiÃ©nes son los personajes a continuaciÃ³n. Â¿CuÃ¡ndo y dÃ³nde vivieron? Â¿CuÃ¡l es su importancia histÃ³rica?
1) Pedro MenÃ©ndez de AvilÃ©s

2) JunÃpero Serra

3) Apolinaria Lorenzana

4) Los hispano-mexicano

5) JoaquÃn Murrieta

6) Juan Cortina

Preguntas de comprensiÃ³n:

1) Haz una lista de imperios que tenÃan territorios y/o colonias en lo que hoy en dÃa es â€œEstados Unidosâ€ entre los siglos XVII-XIX. Indica mÃ¡s o menos dÃ³nde tenÃa cada imperio su territorio/colonias.

2) Â¿CuÃ¡ndo ganÃ³ Estados Unidos su independencia de Gran Britania? SegÃºn Suarez, Â¿cuÃ¡ndo se consolidÃ³ Estados Unidos como un paÃs â€œcontinental y modernoâ€?

3) Â¿QuÃ© era la â€œAlta Californiaâ€? Â¿Por quÃ© era considerada â€œel rincÃ³n mÃ¡s alejado del imperio espaÃ±olâ€?

4) Â¿QuÃ© es el Tratado de Guadalupe Hidalgo? Â¿CuÃ¡ndo fue? Â¿CuÃ¡les eran los objetivos del Tratado? Â¿CuÃ¡les eran los resultados de ello?

LA CONVERGENCIA COMIENZA CADA NACIÃ“N tiene una historia de orig...